Pasar al contenido principal
07/04/2020

El 21 de noviembre ya hace parte de la historia de Colombia, pero sobre todo de nuestro presente y futuro. Después de dos semanas de manifestaciones multitudinarias, rebeldes, diversas y multicolores llevadas a cabo en casi todos los rincones de esta sociedad hastiada, los rostros adustos, inexpresivos e indiferentes de colombianos y colombianas de todas las estirpes se transformaron por unos más frescos, llenos de luz, esperanza, alegría, solidaridad, complicidad y valor.

Los gobernantes de hoy y de siempre, y quienes los patrocinan desde la oscuridad de sus privilegios alcanzados a través del pillaje, el saqueo, el desplazamiento y la muerte, creyeron que el teflón había recubierto los cuerpos y las almas de todos y todas quienes nacimos en este hermoso pero desquiciado país. Y que sus políticas injustas, emanadas de lo que ellos con la boca llena llaman “institucionalidad”, seguirían pasando por encima de nuestros seres como un tractor. Pero se metieron con la generación equivocada, y el tiro les está saliendo por la culata.

Las calles se llenaron principalmente de jóvenes y estudiantes de secundaria como Dylan Cruz, quien dejó literalmente su alma en la lucha por la emancipación. Dylan hoy se erige como símbolo de resistencia y combustible para el cambio, y su muerte desató el debate sobre la necesidad de desmontar el ESMAD. También de jóvenes que apenas superan la mayoría de edad, como Brandon Cely, el soldado rebelde y valiente que con uniforme militar se atrevió a desafiar a la institución más reaccionaria de Colombia con un video de denuncia en el que apoyaba el paro nacional, tras su osadía, Cely decidió quitarse la vida, hecho que abrió un boquete muy grande que pone en cuestión la necesidad de revisar la despiadada e inhumana doctrina militar colombiana. Miles de jóvenes profesionales para los cuales no hay empleo o a los que se les explota en precarios trabajos malpagos. Y mujeres, muchas mujeres que desde su aparición en los espacios públicos vienen subvirtiendo la sociedad, transformándola con sus acciones, sus consignas y su justa lucha contra el patriarcado y el capitalismo.

Una generación sin nada que ganar y por tanto sin nada que perder, como ellos y ellas mismas lo escribieron en sus carteles, pancartas y en sus cuerpos… “perdimos hasta el miedo”.
Desde luego la izquierda tradicional, el movimiento social, el sindicalismo, los pueblos afro e indígenas, y en general los procesos sociales y populares que por décadas han propiciado la movilización y la lucha contra la injusticia de un modelo económico y cultural de muerte como el neoliberal, han visto en estas protestas y manifestaciones multicolor un premio merecido por su resistencia y persistencia. Pero también han recibido una lección y un llamado de atención a sus rígidas estructuras, no solo físicas sino ideológicas y políticas, que se quedaron en la inercia en sus formas de acumular, de protestar y especialmente en la capacidad de observación y escucha que no les ha permitido renovar su repertorio reivindicativo en el marco social, ambiental, laboral y cultural.

Los sujetos que hoy están poniendo la carne en el asador son variopintos, diversos en todo el sentido de la palabra. No son militantes de partidos ni borregos de camarillas o burocracias, y algunos apenas han salido alguna vez de su vida a una protesta, justamente porque nada los increpaba, nada los sacudía, nada los interpretaba. Las masas que hoy le dan a la cacerola tan fuerte como quisieran darle a sus problemas más sentidos, necesitan organización, pero no están pidiendo que alguien les ordene y les dirija sino que alguien, ojalá con carácter colectivo, los escuche y les invite a construir nuevos espacios donde sus reivindicaciones, así se trate de listas de mercado, sean escuchadas.

Nadie puede ni debe apropiarse de este despertar colectivo, despertar de nación. Aunque al movimiento social tradicional le asista alguna razón por haber resistido y persistido durante años, este mismo debe acoger con sabiduría y humildad la sangre nueva que alimenta al sujeto transformador cuyas luchas y ejemplo ayudaron a formar. La unidad, tan manoseada en los discursos de unos y otros, es imperativo ético y político, y se está fortaleciendo en la práctica, en la calle, en los cacerolazos, las bailatones, las tamboradas, los canelazos, los plantones, las asambleas populares, los bloqueos de carreteras. En las ciudades y ahora en la ruralidad, esta Colombia palpita y se levanta una y otra vez, digna, hermosa, altanera. El ejemplo de Nuestra América por fin tocó el corazón dormido de su hermana bañada de mar, selva, montaña, piel negra e indígena, juventud urbana irreverente. Vamos para adelante, el paro sigue, vamos a darle como a cacerola en paro.

Author
Periferia - https://periferiaprensa.com/index.php/component/k2/item/2392-editorial-156-se-metieron-con-la-generacion-equivocada