La fractura de FARC abre una nueva situación; se vuelve más urgente clarificar de qué hablamos cuando hablamos de paz.
Aunque la decisión de regresar a la guerra tiene sentido por los argumentos expuestos por Márquez, siendo el gobierno actual el principal responsable del incumplimiento de lo acordado, también es una decisión que afecta, en general, a todo el país y, en particular, a las bases del partido que están en proceso de reincorporación. La guerrilla que empieza a operar considera ingenuo, un error, haber entregado las armas, por consiguiente, buscará contagiar a otros ex combatientes permeados por el descontento de la implementación y el exterminio del que vienen siendo víctimas, para que se sumen al nuevo movimiento insurgente. Por ello es importante tener en cuenta que:
La nueva guerrilla cuenta con viejos guerrilleros. Iván Márquez, Jesús Santrich, “Romaña” y “El Paisa”, entre otros que se ven en el video. Saben bien cómo hacer una guerra de resistencia, tienen experiencia en las selvas y montañas del país. Habrá combates con el paramilitarismo, que se recrudeció en el último año, y estará permeado también por el narcotráfico, el cual se multiplicó.
Nos encontramos ante una oleada de violencia que, aunque histórica, ha mutado en sus dinámicas como consecuencia del proceso de paz y, por ende, de la reconfiguración del conflicto. El belicismo del actual gobierno se ha encargado de destruir lo construido. El uribismo (partido Centro Democrático, liderado por el ex presidente y senador Álvaro Uribe) no conoce forma distinta de hacer política que a partir de la generación de miedo y terror. Ellos son los principales beneficiados del regreso a las armas de esta facción de la guerrilla, no obstante, no son los únicos que tienen responsabilidad por la situación.
El gobierno nacional, en teoría, tendría que proteger las zonas de reinserción y evitar que más ex combatientes regresen a las armas. Es probable que no suceda, puesto que es un gobierno negacionista: niega el asesinato sistemático de líderes sociales, considera el paramilitarismo una cuestión del pasado, no acepta que FARC ha cumplido disciplinadamente con lo pactado; juegan con la memoria del conflicto y con las víctimas, son permanentes los montajes judiciales y la persecución política al movimiento social: amenazas, cárcel y exilio.
Este gobierno tampoco ha escuchado al ELN, que continúa manifestando la intención de diálogo en medio de los combates. También ignora los petitorios de organismos internacionales que exigen respeto por lo acordado, mientras deja de lado el proceso de paz para dedicarse a los ataques contra Venezuela, manteniendo la tradición de subyugación al imperialismo norteamericano.
Es de resaltar que solo la derecha uribista y la izquierda más dogmática está celebrando este manifiesto, y no solo en Colombia. En otros países de América Latina, por ejemplo, algunos izquierdistas, desde la comodidad de la ciudad, celebran la lucha armada, desconociendo los matices que esta ha tenido en Colombia e ignorando que, en este conflicto, son los pobres quienes mueren. Por otro lado, en España, en las redes sociales, se ve a sectas estalinistas enalteciendo la lucha armada sin ningún tipo de contexto, desconociendo que, en este caso, la lucha armada está lejos de perseguir un horizonte socialista.
En todo caso, resulta urgente debatir sobre el concepto de paz que necesita Colombia y los métodos para conseguirla: retomar las calles, pero, esta vez, ganarlas; disputar el sentido de la memoria y denunciar los crímenes de Estado a nivel internacional, ya que la desinformación y el cerco mediático sobre el conflicto es un problema potente. Asimismo, frente al concepto de paz es reprochable la postura ultra-pacifista, tan nociva como la ultra-belicosa. Estar a favor de la paz es entender que hay múltiples caminos y debemos elegir alguno que esté alejado de la pasividad y la indignación selectiva.
Por último, cabe resaltar que la violencia en Colombia es una violencia capitalista. El modelo de pos-acuerdo se reconfiguró sin pensar en la paz, ya que se dio como estrategia para priorizar las ganancias del gran capital. También se puede entender como una paz neoliberal. La paz no puede ser entendida como un momento o un estado espiritual; esta debe consentir una acepción que implique disputa y confrontación de modelos de país y de sociedad. Por lo anterior, cabe traer a colación una declaración del ex ministro de Hacienda Juan Carlos Echeverry, realizada en 2016: “La paz cada día es más importante para la economía colombiana, porque nos va a ayudar a construir una nueva economía. (…) Pasado el boom de los productos básicos, del petróleo, de los minerales, esa nueva economía va a estar cimentada sobre la agricultura, el turismo, la industria y sectores que dependen críticamente de que logremos la paz”.
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