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30/07/2009
Luego del arrazamiento cultural a manos de los españoles y la devastación realizada desde su llegada hace más de quinientos años a las tierras de Abya-Yala; el irrespeto a la naturaleza, su saqueo y exterminio continúa, cada vez eso sí, con más violencia.

Hoy la herramienta para continuar con el saqueo y el daño ambiental, se viene facilitando por medio de los Tratados de Libre Comercio (TLC), que con sus tenazas personificadas en las clases en el poder (político y económico) en países como Argentina, Chile, Colombia, Perú y Méjico llegan para acabar con los ecosistemas, con el paisaje natural, con nuestros páramos y fundamentalmente, con el agua.

El capitalismo ha introducido en el imaginario de la gran mayoría de las personas un modelo de desarrollo basado en la acumulación de bienes, en donde la economía es el centro del mismo y en el cual, los dones de la naturaleza son apropiables para su comercialización. Para ello, las empresas transnacionales, base del capitalismo mundial, vienen garantizando un marco de acción; todo un sistema jurídico mundial para su actividad explotadora (de la naturaleza y del ser humano). En este proceso de consolidación del orden mundial transnacional, es notoria la adaptación/reconfiguración de los marcos legales, por medio de la cual construye seguridad jurídica en los países del Sur, la cual se traduce en estabilidad normativa, respeto estricto a los contratos privados y un sistema judicial (represivo) funcional a éstos. “Confianza inversionista” dice el presidente Uribe.

Dicha reconfiguración jurídica, en la práctica, es la pérdida de poder y soberanía de los Estados, el predominio de las normas internacionales sobre las nacionales, de las normas del comercio sobre las referidas a los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales; en definitiva, que las políticas nacionales estén subordinadas a la normas del comercio mundial.

Para ello, con o sin los TLC, o acuerdos comerciales bilaterales entre los países del Sur y los del Norte , se vienen implementando proyectos para la extracción de recursos del subsuelo, como el oro. Proyectos que se tienen que desarrollar “a cielo abierto” (o a tajo abierto) causando irreparables daños al ambiente, poniendo en riesgo la vida en el planeta.

Su procedimiento consiste en la remoción de cientos de toneladas del suelo y del subsuelo dejando al descubierto la roca que contiene el oro; como el metal está metido en la roca, en trozos tan pequeños que ni siquiera se pueden ver a simple vista, primero aflojan la roca utilizando explosivos o maquinaria pesada, para luego molerlas hasta hacerlas polvo y tenderla sobre plásticos que son permanentemente regados con una mezcla de agua y cianuro (lixiviación), donde éste empieza a actuar como imán de las partículas de oro, escurriendo luego hacia piletas con cabrón que dividen el oro del cianuro. A continuación, calientan el carbón (que contiene oro) hasta que lo separan, quedando una pasta amarillenta a partir de la cual forman los famosos lingotes.

La tecnología que las empresas transnacionales tienen para la extracción de minerales, compuesta por equipos de excavación, gran maquinaria y el traslado e instauración de tuberías de distribución, permiten hoy remover montañas enteras en cuestión de días, haciendo rentable la extracción de una tonelada de tierra para la obtención de un (1) gramo de oro.

El resultado, cientos de hectáreas de tierra y roca contaminada; destrucción del bosque y la cubierta vegetal. Las lluvias lavan la tierra de tal manera que sus nutrientes (los pocos que quedan) salen, terminando de empobrecer los suelos; contaminan y destruyen las fuentes de agua que se encuentran por debajo de la tierra (vetas subterráneas) hasta secarlas o en otros casos contaminando las cuencas hidrográficas aledañas. Una mina pequeña necesita utilizar doscientos cincuenta mil (250.000) litros de agua por hora. Una familia campesina utiliza treinta (30) litros de agua por día; lo cual indica que el agua que una familia utiliza por veinte años, la empresa minera la gasta en solo una hora.

Este proceso destructor utiliza grandes extensiones de tierra, en la cual se abren gigantescos huecos (cráteres) que pueden llegar a tener 150 hectáreas de diámetro y 500 metros de profundidad.

Todo esto para que luego el oro extraído se vaya rumbo a las bóvedas de los bancos del Norte, aumentando las reservas nacionales a cambio de miserables regalías, que no tienen en cuenta la deuda ambiental.

Por definición, hoy la minería (a cielo abierto) es un actividad industrial insostenible, en la medida en que la explotación del recurso supone su agotamiento, su desaparición; además de sus impactos culturales y económicos, al obligar a los pobladores a cambiar su actividad (vocación) productiva, reemplazar sus hábitos alimenticios y poner en riesgo su seguridad y soberanía alimentaria usando la tierra ya no para la producción de alimentos, sino para su destrucción en función de la extracción del oro.

Sin embargo, algunos/as profesionales de la minería a cargo de centros de investigaciones de Georecursos Mineros y Medio Ambiente, insisten en la “minería sostenible” y hasta hablan de recursos renovables, tal y como en su momento lo planteaban economistas que iban desde la escuela clásica de la economía hasta el marxismo en pleno siglo XIX. Lo que nos ha donado la naturaleza, el ser humano lo ha utilizado de una manera tan codiciosa que hoy es un absurdo referirse a lo sostenible y lo renovable en este tipo de la actividad económica. Hoy, las industrias extractivas han hecho que estas palabras no sean más que sofismas que provienen principalmente de la codicia, la competencia y la alienación al consumo.

En los países de Abya-Yala, entre otros, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras y Perú, existen proyectos de minería, entre los cuales, Méjico está a la cabeza con 438 concesiones mineras, fundamentalmente a empresas Canadienses. Colombia por su parte, al 2019 pretende en Suramérica estar por encima de Chile y Perú. Mientras tanto y para superar la vergüenza, por no ser el país con más inversiones privadas en el campo de la extracción de minerales, viene haciendo todo lo que está a su alcance para llevarse el trofeo del campeón en desastres ambientales. (Lo que no sabremos es de qué estará hecho, quizás se lo fabriquen y regalen en Canadá)

Ante este panorama, se vienen organizando encuentros en defensa del agua en departamentos en los que se hicieron dichos descubrimientos auríferos y carboníferos; no podemos perder de vista que la ambición de las empresas transnacionales como la canadiense GrayStar (en el Páramo de Santubán, municipios de Vetas y Californa en Santander); AngloGold Ashanti, propiedad de norteamericanos y sudafricanos (en Cajamarca, Tolima), y; B2Gold también de capital canadiense (en Caramanta, Antioquia) son quienes vienen legitimando su accionar comprando autoridades locales y nacionales, financiando fiestas y prometiendo “progreso” para las regiones.

La lucha contra la minería, en defensa de la naturaleza y a favor del buen vivir es una lucha política, la cual se debe convertir en una lucha popular inserta no sólo en los programas políticos de los indígenas y afros, sino también en los de los campesinos, estudiantes y sindicalistas. Ante todo el aparato capitalista y los mecanismos creados para dividir y acallar al movimiento social que aun se preocupa por una vida plena de derechos, lo que nos resta es la organización para la movilización, la unidad para sacar adelante propuestas que de verdad nos permitan tener una vida digna, con futuro para nuestras familias y los hijos e hijas que vendrán; es aquí en donde, quizás, sea el ecologismo popular la salida más radical y consistente para la formación de una nueva sociedad.

Como dijera Héctor León Moncayo en el pasado encuentro de tierras organizado, entre otras organizaciones, por el Coordinador Nacional Agrario y el Proceso de Comunidades Negras, lo que está en juego es la propuesta de libre comercio, de sus tratados. En definitiva, el modo de producción capitalista.

tomado en Censat Agua Viva

Author
Andrés Idárraga Franco