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23/11/2019

Preguntarse por qué en Colombia los gobiernos de turno buscan construir más cárceles; por qué cada día hay más personas privadas de la libertad; por qué para los entes de acusación y en general para la sociedad no existe la presunción de inocencia; refiere necesariamente a pensar sobre lo que consideramos delitos, lo que sabemos cómo comportamientos delictivos, así también sobre lo que pensamos debe ser el correcto comportamiento, y la existencia de un modelo de ciudadano.

Estos cuestionamientos pueden llevarnos a pensar sobre la educación suministrada a la sociedad, sobre los lugares donde es proporcionada, y necesariamente, sobre lo que se pretende con la misma; la familia, la televisión, la escuela, la iglesia, la calle, los parques, los centros comerciales, el transporte público, los supermercados; son lugares comunes donde se divulga un tipo de sujeto modelo, al que se pretende formar en el ser, en el actuar, el soñar y el sentir; y en caso de que estos no den el resultado esperado, se comprende que la cárcel es un dispositivo con capacidad de corregir y re direccionar el comportamiento para que vuelva a lo planteado como correcto.

Pero entonces lo qué está fallando es este despliegue “educativo”, o el modelo de sujeto que se desea formar no coincide con el que se forma; o los dispositivos educativos están errando en los mecanismos de enseñanza; o este sujeto susceptible de ser formado se resiste a los correctos aprendizajes; o en definitiva la sociedad está en un craso error del sujeto que desea formar. O por qué no preguntarse también, si todos estos dispositivos fundamentan un sujeto no apto para la misma sociedad; individualista, egoísta, que sólo busca la satisfacción de sus intereses particulares y no le importa lo que deba hacer para lograrlo, basando todas sus relaciones y acciones en la competencia.

Es posible decir que la sociedad que castiga a los infractores de la ley, es la misma que les ha formado, y tanto el centro comercial, como la cárcel, expresan el tipo de sociedad que actúa como directora y correctora del deseado sujeto.

Ante estos interrogantes se podría formular la idea que, la voluntad y la conciencia individual y colectiva no tienen lugar, pues cuando éstas se salen de lo establecido, son corregidas; ya sea en la calle o en la iglesia. En lo que cabe nuevamente preguntarse sobre, cuál es la finalidad de tener un comportamiento correcto en la sociedad; ¿acaso no será lograr una vida en armonía con los demás ciudadanos?; o será cumplir los estándares de comportamiento de acuerdo a los intereses de consumo y acumulación de riqueza.

Las preguntas son ventanas que nos abren siempre nuevos paisajes, y hoy preguntarse sobre la naturaleza del castigo como máxima de la educación ofrecida por el Estado, es la llave de comprensión sobre la conciencia de la exclusión y la naturalización de las asimetrías sociales, políticas y económicas; que ciertamente son defendidas por el proyecto educativo que adelantan múltiples dispositivos de control social.

Las preguntas no necesariamente conducen a respuestas, pueden llevar a nuevas inquietudes que abran universos de comprensión, y en este sentido se hace necesario indagar sobre el ideal de sujeto que pensamos debe ser formado para esta sociedad; qué sociedad podríamos construir; qué educación podríamos realizar; con qué nuevos dispositivos, y finalmente, qué nuevos  correctivos aplicar a lo que nos parece está mal.

El sujeto que se interroga despierta la conciencia y la voluntad, pensaba quien por la única ventana que da a la calle, miraba pasar cientos de personas afanadas en los buses rojos de Transmilenio; un poco más al fondo, jadeaban en pelotones varios grupos de jóvenes vestidos con traje de guerra; y en las montañas, innumerables casitas que se abren paso entre retroexcavadoras que rompen la tierra; mientras tanto, dentro del patio, varios sujetos trajinaban en círculos, algunos jugaban cartas, los que estaban al lado buscaban que los rayos del sol les tocara un poco, y una voz chillona gritaba “últimos de almuerzo”.

Con la wimpera en la mano, el palanquero fue poniendo sobre los compartimientos del objeto de plástico uno a uno los alimentos; una pieza de pollo con algo de sangre, que como bien dice uno de los comensales de este lugar “si le da respiración boca a boca, podría salir corriendo el animal”; verduras entre zanahoria, remolacha y cebolla, que seguro ni a los caballos se las cortan tan finamente; arroz blanco, y sopa de suertes.

Después de repartir milimétricamente, el arroz sobrante fue recogido en una bolsa blanca por uno de los mas viejos del lugar; “niñas, vengan mis niñas” sonaba su voz aguda llamando a las palomas, que se agrupaban para disputarse los granos blancos.

Por la reja donde avanzaba su mano para comunicarse con las aves, se expandía un orificio que permitía la comunicación con un patio en el piso inferior; muchas voces desde allí, llamaban por un pin, o por algo que hubiera sobrado de la comida.

Observaba atentamente el espectáculo brindado por los cientos de palomas; la voz del “viejo” llamándolas, las voces pidiendo un pin; y sentía el hambre, que con lo recibido no se calmaría; y varías preguntas como destellos de luz que se filtran entre las rejas, iluminaron los rincones oscuros de incomprensión; no sin antes escuchar que uno de los ayudantes o “carros” del señor, le decía al palanquero que ya le daba los 30 pines por el arroz de las palomas.

De quién podría venir tanta generosidad con esos animalitos que luchan por no morir, “seguro de uno de tantos que han despojado campesinos de sus tierras, y en la calle no les temblaría la voz para ordenar una muerte”, me dijo en voz baja otro viejo que, con una sonrisa, me miraba la cara de asombro y cuestionamiento; “a ese lo recuerdan en Trujillo, donde ni el cura se salvó”, terminó de decir y se fue.

La normalización de la cárcel es un mal superior a la existencia de la misma; este lugar pensado únicamente para el castigo y la venganza sobre quienes se han atrevido a subvertir el orden, no debe ser parte de los mecanismos para la resolución de los conflictos que como sociedad es propio y necesario tener. El movimiento de la misma deviene de la cantidad de conflictos y resoluciones que se puedan alcanzar. Donde la cárcel claramente no es, ni será solución a algún conflicto.

Cuestionarlo todo es tal vez la clave para romper la normalización, y seguro la forma de encontrarnos con cientos que no damos por sentado que esta sea la única forma de existir.

Author
Julian Gil